Finalmente se produjo el relevo ministerial. El ex presidente del Congreso, Javier Velásquez, es el nuevo premier.

En la juramentación del nuevo gabinete de ministros el sábado 11 de julio, el presidente de la República, Alan García, sugirió que el equipo ministerial dirigido por Javier Velásquez sería de “orden e inclusión”. Sin embargo, como sugirió un avisado analista político esta semana, en la ceremonia de juramentación hubo todo menos orden. Producto del desorden, muchos invitados quedaron fuera del salón dorado de Palacio de Gobierno, de modo que tampoco se cumplió con la asignatura de inclusion planteada por el presidente.

Este episodio que, en principio parece una simple anécdota política más, refleja, en cierto sentido, la forma en que los ejecutivos se han manejado durante el segundo período de García. El presidente lanza una “cruzada” (en su momento la lucha contra la corrupción, ahora el orden y la inclusión), pero se ve inmediatamente limitado por las serias deficiencias en el manejo del aparato público. Al final, acaba imperando siempre el desorden.

El tercer gabinete de la segunda gestión aprista, que García espera sea el último, hará frente a la protesta social con un compañero a la cabeza. Javier Velásquez, al que la prensa ha identificado como un político muy cercano al presidente, fue el elegido para comandar o, como el propio flamante premier dijo, “coordinar” las acciones del gabinete. Velásquez ha dejado en claro que él no llega al cargo con una agenda propia y, haciendo referencia al modelo constitucional peruano, ha dicho que el diseño de la política le corresponde exclusivamente al presidente y que su función consiste, más bien, en ver que esas directivas sean implementadas.

Pese a la entrada de Velásquez al gabinete, la cuota aprista en el equipo ministerial se mantiene en cinco. El aprista sin carné José Antonio Chang en Educación, Nidia Vílchez en el Ministerio de la Mujer y Enrique Cornejo en Transportes se mantienen en sus carteras, mientras que Aurelio Pastor entra al despacho de Justicia en reemplazo de Rosario Fernández. A su vez, dos miembros del partido de Alfonso Ugarte pierden sus puestos. La vapuleada Mercedes Cabanillas es reemplazada por el general (r) Octavio Salazar en Interior mientras que Jorge Villasante cede su lugar a Manuela García Cochagne en Trabajo.

Como en los otros cambios de gabinete durante este gobierno, varios ministros han quedado del equipo anterior. Además de los tres apristas ratificados, los ministros de Economía, Vivienda, Salud, Relaciones Exteriores, Energía y Minas y Ambiente mantienen sus carteras. Entre los nuevos ministros no apristas están el legislador de Unidad Nacional Martín Pérez, que entra a ocupar el despacho de Comercio Exterior y Turismo, el ex congresista y aliado de Lourdes Flores, Rafael Rey, que llega a Defensa en reemplazo de Antero Florez-Aráoz y Dante De Córdova que entra a Agricultura. Por su parte, Mercedes Aráoz, pasa de Comercio Exterior y Turismo a Producción a ocupar el puesto que deja vacante Elena Conterno.

Los medios de comunicación y los sectores opositores al gobierno han calificado al nuevo gabinete de “duro” y “de choque”. Esto se debe, en gran medida, a que la juramentación se ha producido un día antes de la publicación de un nuevo artículo de opinión del presidente García en el que ahonda en las tesis de la conspiración internacional contra el modelo económico y político peruanos. A esto se suma el hecho de que García ha puesto a dos supuestos “halcones” en puestos claves para contener la hipotética conspiración: Rey en Defensa y Pastor en Justicia.

Pese a la sorpresa que ha generado ver a Rey de vuelta en el gabinete, una figura polémica que genera antipatías en muchos sectores, las miradas críticas han estado dirigidas a la cabeza del nuevo gabinete. Lourdes Flores ha catalogado a Velásquez como un operador político “de área chica” y ha puesto en duda su habilidad de liderar en el “área grande”. Ha ido incluso más allá, al señalar que la juramentación de Velásquez pone en evidencia la incapacidad del gobierno de convocar a personalidades independientes. El ex presidente Alejandro Toledo ha hecho eco de las declaraciones de Flores y ha lamentado la elección de un “miembro de tercera línea” para el puesto de premier.

En efecto, las principales críticas a la elección de Velásquez se han centrado en el hecho de que provenga de tienda aprista. Cuando Simon se instaló en el premierato hace más de ocho meses, gran parte de la opinión pública saludó la entrada de una figura independiente con fama de buen gestor que llegaba con aires renovadores a la jefatura del gabinete. En ese sentido, Velásquez representa todo lo contrario. Se trata de un personaje cercano al presidente que hasta el año pasado, cuando asumió la presidencia del Congreso, había estado lejos de las grandes ligas apristas. Su gestión al mando del Legislativo fue, cuanto menos, deslucida y estuvo plagada de acusaciones de corrupción. Según una encuesta de El Comercio, Velásquez asume el cargo con sólo 20% de aprobación.

Es precisamente dentro del Congreso donde Velásquez tiene más apoyo o, en todo caso, su única base de apoyo fuera del partido. Entre sus colegas parlamentarios, Velásquez se ha perfilado como un buen negociador y se ha ganado adeptos al relajar algunos mecanismos de control a los congresistas. Pero si García escogió a Velásquez por su perfil negociador en el Parlamento, no se entiende hacia dónde apunta su apuesta. En lo que va de gobierno, el APRA ha logrado manejarse medianamente bien en el Congreso, donde rara vez ha perdido votaciones. Es en el frente social donde el presidente debería haber centrado sus esfuerzos.

En la arena de los conflictos sociales no queda del todo claro cómo encaja el perfil de Velásquez. A la gran mayoría que rechaza la designación del flamante premier parece resultarle claro que las habilidades negociadoras en el Congreso son más un pasivo político que un activo. Más que con acuerdos políticos sensatos, al Parlamento se lo asocia con componendas y acuerdos bajo la mesa. En esa misma línea, Velásquez podrá ser diestro en el manejo de los tratos legislativos, pero se desconoce cualquier experiencia en el manejo de la protesta social.

Si Velásquez no tiene experiencia en el campo social, tampoco se ha escuchado del presidente y de su entorno y, menos aún, del propio Velásquez en estos primeros días, una autocrítica seria de cómo se debió encarar la insatisfacción del interior. Es en este punto donde fracasó el gabinete Simon que, pese a estar liderado por un hombre capaz de alcanzar acuerdos, no supo definir una estrategia de prevención de los conflictos. Esto se debió en parte a que el propio Simon heredó conflictos en estado crítico. Pero, al margen de eso, el ex premier continuó con la lógica de su antecesor de enfrentar los conflictos cuando las carreteras ya habían sido tomadas.

Velásquez deberá definir, a más tardar en su alocución ante el Congreso, su estrategia para los próximos dos años. Con más de media gestión a cuestas y la experiencia del toledismo como referencia, el diagnóstico es claro: no habrá paz social si no se atienden las demandas del interior. Si García y el coordinador Velásquez no escuchan el clamor popular, el desorden de las juramentaciones en Palacio se volverá a repetir antes de 2011.

Ignazio De Ferrari