Con la salida de Edwin Donayre se cierra un capítulo poco auspicioso para el Ejército peruano. Los retos para el sucesor son grandes y abren la posibilidad de un liderazgo verdadero.

Muchas son las diferencias entre Edwin Donayre y Otto Guibovich, el general saliente y el general entrante. La ceremonia del cambio de mando fue una elocuente demostración de estas diferencias. Por un lado, la despedida de Donayre, con insultos a la prensa, la notoria ausencia de autocríticas, y un figuretismo pocas veces visto en los institutos armados. Donayre se fue como los montoneros de épocas pasadas, montando en caballo y levantado en hombros por sus soldados. Por el otro lado estuvo el discurso inaugural de Guibovich, el cual comenzó con un claro deslinde con las patinadas de su antecesor:

El poder de las armas tiene una razón constitucional y nunca más debe tener injerencia en temas políticos. La espada como símbolo de mando y honor brilla cuando se dedica a lo suyo y se opaca cuando la alejamos de lo nuestro. Deja de ser un símbolo de honor cuando apunta al corazón de la democracia.

Guibovich escogió bien sus palabras, prometió ganarse la credibilidad de la población, invertir los recursos y no simplemente gastarlos, además de la promesa de una gestión transparente. El nuevo Comandante General del Ejército cuenta con una maestría en filosofía y otra en administración de negocios. Su capacidad de mirar más allá de temas netamente militares puede ser un activo valioso en su gestión. La situación de las Fuerzas Armadas, y la del Ejército en especial, requiere de un líder verdadero, capaz de identificar los retos actuales y de transformar una institución plagada de problemas y de corrupción.

La lógica militar de Donayre, centrada en una confrontación con Chile, ya no vale mucho en estos tiempos globalizados donde los Estados necesitan la paz para mantener competitividad. Hoy por hoy, el mayor enemigo del Perú está refugiado en su propio territorio, en la selva y las montañas, armado de dinero proveniente del narcotráfico. El narcosenderismo es un fenómeno difícil de describir, pero no por ello menos letal. Los asesinatos, episodios recurrentes, son prueba de ello.

Otto Guibovich no es un novato en estos temas, pues antes de asumir la comandancia estuvo a cargo de una ofensiva militar en las montañas de Vizcatán, aquella zona agreste y remota al norte de Ayacucho que sirve de refugio para los narcoterroristas (lea también nuestro artículo Ayacucho, narcotráfico y terrorismo). Las Fuerzas Armadas tienen la difícil tarea de lidiar con un enemigo invisible sin caer en los errores de antaño, cuando las Fuerzas Armadas entraban sin ningún tipo de sensibilidad hacia los ciudadanos de las zonas rurales. Es, por ello, positivo que Guibovich hable de ganarse la credibilidad de la población.

Más allá de estas consideraciones está el tema de la reforma institucional de las Fuerzas Armadas – un tema del cual ya no se oye mucho. Al respecto, Fritz Du Bois escribe en Perú21:

En la actualidad tenemos institutos armados claramente sobredimensionados en personal, pero con marcados déficits en equipamiento, operatividad y motivación. […] Los países que han reformado exitosamente a sus Fuerzas Armadas, como el Reino Unido, las reestructuraron reduciendo drásticamente el número de efectivos, pero aumentando la inversión en equipamiento y capacitación, mejorando de paso las remuneraciones de un personal totalmente profesional.

Tareas no le faltan entonces al nuevo Comandante General del Ejército. Esperemos que termine su gestión hablando de logros y proyectos a futuro, no de escándalos personales.

Por Bernd Krehoff

Fuente: Resumen Semanal de DESCO N° 1517