Multiculturalismo, indigenismo y derechos indígenas

Imágenes de otredad y desigualdad

Ya desde una perspectiva general, vale la pena mencionar la crítica del antropólogo Adam Kuper al concepto de lo indígena. Toda cultura se encuentra en un proceso constante de redefinición gracias a su dinamismo interno y a su exposición a influencias externas. Por ello resulta artificial, según Kuper, postular lo indígena como un valor original y auténtico que precisa ser preservado y protegido de influencias externas (Kuper 2003, 390). El resultado de políticas públicas enfocadas de esa manera ha sido, según Kuper, catastrófico. Kuper se concentra en las reservas indígenas de Canadá y Botsuana, llegando a la conclusión de que tales políticas de segregación condujeron al subdesarrollo económico y social además de generar fuertes tensiones interétnicas.

El artículo de Kuper suscitó airadas protestas. Justin Kenrick y Jerome Lewis defienden el concepto indígena y, en especial, la concesión de derechos diseñados para proteger a las culturas indígenas. No solamente en Latinoamérica los grandes conflictos entre comunidades indígenas y el Estado o colonizadores se debieron principalmente a la explotación de tierras ocupadas por grupos indígenas. En vista de ello, Kenrick y Lewis proponen, basándose en los trabajos de Sidsel Saugestad, definir a lo indígena no en base a una supuesta esencia, sino de forma relacional:

From this perspective, ‘indigenous’ describes one side in a relationship between certain unequally powerful groups of people. The indigenous side is the one which has been dispossessed, not the quintessential primitive as Kuper misleadingly suggests, and indigenous rights describes a strategy for resisting dispossession that employs a language understood by those wielding power (Kenrick y Lewis 2004, 9).

Esta definición tiene la ventaja de cimentar lo indígena en una noción clara y mesurable como lo es el estar desposeído. Los conflictos sociales en las zonas de explotación de recursos naturales en Perú son sólo un ejemplo de estas asimetrías en la repartición de recursos y participación política (Glave y Kuramoto 2001).

Sin embargo, tal enfoque puede llevar a reducir los derechos indígenas a simples carencias, haciendo que se pierda la noción cultural de algo valioso en sí e inconmensurable. Ya no se trataría de defender esencias, sino de asegurar igualdad en el acceso a bienes comunes como lo son la repartición de recursos y la participación política. El término indígena perdería su rasgo distintivo convirtiéndose en una simple divisa de lucha para combatir pobreza, discrimación y desigualdad.

Rodrigo Montoya tiene una perspectiva distinta. Él afirma que en México, Ecuador, Bolivia y, de forma incipiente, en el Perú, lo cultural está filtrándose al espacio político dando lugar a “la afirmación de un nuevo sujeto político que sostiene ‘nosotros somos diferentes porque tenemos otra cultura, otra lengua, otra tradición'” (Montoya 2006). Esta afirmación de la otredad se reflejaría en las asimetrías de poder que acabamos de ver, pero sobre todo en la presentación de un mundo conceptual y sustancialmente distinto:

[H]ay, por un lado, una cultura a plenitud, que es la occidental que conocemos en el caso nuestro y, por otro, culturas subalternas que sobreviven y se reproducen por fragmentos, cuya característica principal es que son culturas que no tienen poder, que no ejercen poder alguno para imponer sus ideas, difundir sus conceptos y sus propios valores. La política se hace sin ellos y contra ellos, sin ellas y contra ellas (ibid.).

Estaríamos, según Montoya, frente a una pugna entre conceptos y valores occidentales y aquellos subalternos. Montoya aboga por “recuperar esa dimensión perdida”. A nivel de derechos indígenas, la exigencia más fuerte, presentada y reformulada durante las últimas cinco o seis décadas, es la que aboga por el derecho a la autodeterminación.

Sin embargo, y esto lo reconoce el propio Montoya, sería inadecuado apuntar hacia una inversión de relaciones, hacia la emergencia de una política indígena autónoma, desarticulada de los discursos imperantes. El hecho de que la dimensión tradicional esté perdida o al menos fragmentada revela que la tarea por hacer no puede ser arqueológica. No se trata de juntar restos fosilizados y conservarlos, aislados del entorno, detrás de una vitrina. Se trata, más bien, de reinventar lo indígena de modo tal que cobre vida y logre enraizarse dentro de una realidad ya no multicultural, sino intercultural, donde lo presente y lo pasado entremezclen sus voces en un diálogo enriquecedor.

El problema no es la falta de materia prima. En el mundo andino existe, hoy por hoy, una espléndida multitud de tradiciones reflejadas en música y festividades religiosas. Estas tradiciones no distinguen entre lo andino y lo hispano, entre lo tradicional y lo actual. Más bien apropian elementos de las distintas vertientes fusionándolas en un producto que ya no es ni lo uno ni lo otro (Tubino 2006). Algo parecido sucede con la cultura popular en las grandes ciudades de Ecuador, Bolivia y Perú. Pero una cosa es el discurso cultural, expresado a través de símbolos, y otra el discurso político que se ocupa del bienestar ciudadano usando el lenguaje del derecho y de las ideologías.

6 thoughts on “Multiculturalismo, indigenismo y derechos indígenas

  1. El articulo esta chevere, solo que parece bien limeno, en otras palabras el seguir viendo al “indigena” de la manera que ves animales cuadno vas al zoologico, osea protegidos con sus 3 comidas diarias detras de las rejas y que te sonrian cuando les digas ver una fotito pa llevarme a mi casa y decir que yo tambien me mesclo con los indigenas, soy un liberal, que tipaso soy.
    El indigena no es un disminuido mental, yo me considero indigena y eso es el Peru, si tienes 3 generaciones viviendo en un Pais, DE HECHO ERES INDIGENA, cual fuera tu color piel, ya es tu cultura, asi te laves con lejia o te compres cremas Maikol jackson , eres indigena, lo indigena es cultural, no racial.
    Ahora depsues de vivir varios anos en el extranjero note algo, lo unico que me hace diferente con los del norte, no llega ni al 1% de mi concepcion moral e intelectual del mundo en otras palabras solo el 1%(y eso exagerando) de mi me hace indigena, EL OTRO 99% ES IGUALITO a un chino un gringo un europeo un indu, etc.
    Aqui hay un tufo segregacional de un grupo de personas que nunca aceptaran que no son europeos olvidades en el ande y que un dia llegara la UE a rescatarlos y con que felicidad se iran de regreso asi les den estatus de segunda clase. no mi gente linda, si ya estas un par de genraciones en un lugar ya eres INDIGENA, asi de simple es, ya si eres huachafo y quieres basar tu vida en ese 1% que te hace diferente (por que te locopias de otra sociedad) que ni si quiera es tu 1% local, ya es cosa tuya.
    El Peru es CHOLASO, cholo blanco, cholo marron, cholo negro, cholo amarillo, cholo violeta, cholo verde, el colro que quieras , pero todititos son cholitos, ES CULTURAL Y ESO NOS HACE INDIGENAS, si, A TODOS.
    El dia que te mires al espejo y digas hoy la haces cholito, ese dia tu sociedad progresa, todo basado en ti, en la unidad, el cambio empieza en la unidad y luego se trasmite al conjunto.

  2. Yo creo que el problema del “indígena andino” y de sus derechos tiene un origen económico e histórico: la destrucción del poder económico y social de las élites quechuas y aymaras luego de las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII y particularmente por las fallidas rebeliones de Condorcanqui y los Angulo, hizo que los indígenas no gozaran de la representación que sí tuvieron los comerciantes criollos luego de la independencia. En otras palabras: ser indígena se convirtió en lo mismo que ser pobre. Ambos factores -pobreza y falta de representación- hicieron que su producción económica y cultural no tuviera el prestigio social que sí acompañó al producto “occidental”: Usar ponchos y bailar huaynos no es lo mismo que comprar jeans y consumir rock’n’roll. Por otra parte, la fragmentación del territorio de la homogénea población andina en 5 estados distintos (Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina) sólo hizo empeorar el panorama: cualquier proyecto andino tiene que facturar la inopia de estos estados: basta recordar lo que sucedió con el proyecto de La Mar y sobre todo con el de Santa Cruz y la Confederación.
    Yo considero que la solución al problema del indio empieza con devolverle su poder económico fortaleciendo la tradicional actividad agrícola. Con la producción se obtiene poder económico, con éste la representación y el prestigio social perdido. Quizá sea esta la vía por la que nuestros logren la tan ansiada como esquiva integración.

  3. El tema de la pluriculturalidad y el reconocimiento de la población índigena, que es la gran mayoría de la población en el Perú, pasa en primer lugar por la valoración social que el Estado debe inferirles en la práctica, pues en la teoría si está estipulado dentro de nuestra Constitución política, y de tratarlos como lo que son: ciudadanos peruanos con todos los derechos cívicos como los tiene una familia de clase media o alta limeña.

    Pues la gran mayoría de los grupos indígenas se sienten excluidos por parte del Estado y la sociedad en su conjunto, lo que genera resentimiento y un afán reinvindicador de la raza índigena peruana.

    Algunos científicos sociales esgrimen que el gran problema social del Perú es el ser un país pluricultural, creo que en el análisis el tema va mucho más alla; alguna vez oí al periodista Cesar Hildebrant decir que, el gran problema del Perú como nación era el no reconocernos como país mestizo, y puso como ejemplo el caso de México, que siempre ha hecho alabanza de ser un país de raza indígena y que gracias a ese espíritu de estirpe luchadora han avanzado económica y socialmente, a comparación de otros países de America Latina como el Perú.

    En términos generales considero que, mientras la sociedad peruana siga conservando ese racismo social que data de la época colonial, y el Estado no reconozca como ciudadanos y les brinde derechos legítimos a los grupos indígenas y reafirme al Perú como sociedad pluricultural, seguiremos teniendo una sociedad excluyente, ahondando mas el resentimiento contra el Estado y los grupos económicos que vienen trabajando en el crecimiento económico del país .

  4. Estoy en desacuerdo con algunas de las opiniones expresadas en este artículo. No sé, por ejemplo, hasta que punto Kymlicka propone los derechos especiales para las minorías culturales como vehículos para la perpetuación de elementos culturales por su valor propio; más bien, creo que se trata de un modo de garantizar igualdad de condiciones en el contexto de la necesidad humana de la pertenencia cultural. Muchos de los seres humanos estamos interesados en mantener nuestra cultura. Para algunos, como los que pertenecemos a una cultura dominante dentro de un país, esto no demanda de mayor esfuerzo. En los casos de las culturas minoritarías, en cambio, sí requiere de recursos. El esfuerzo de Kymlicka, entonces, se trata de garantizar igualdad de condiciones para permanecer a una cultura.
    El tema de la fluidez de las culturas sí representa un problema complejo. Es cierto que las culturas se influyen mutuamente y que no hay cosa como una cultura estática. Sin embargo, esta noción puede ser abusada para cubrir injusticias, como en el caso de personas que “deciden libremente” abandonar su cultura y prioriar la cultura dominante. En casos de adopción de la cultura dominante por cuestiones económicas (por ejemplo, adoptar el idioma dominante para acceder a empleos), ¿podemos hablar de una “libre elección”, especialmente en un contexto histórico de discriminación? No es tan sencillo como que se “elige libremente” a qué cultura pertenecer; en muchos casos, la elección obedece a motivos económicos o políticos.
    De todos modos, es un buen artículo para introducir el tema y las distintas perspectivas; para tratar el tema a profundidad se requeriría de un blog entero. Sería interesante, no obstante, ver cómo se podrían aplicar las teorías de Kymlicka a un país como el Perú. Hace meses, por ejemplo, se discutió el uso del quechua para las intervenciones de congresistas quechuahablantes en el hemiciclo del congreso; no estoy informado si ahora deben hacer sus intervenciones en español o en quechua. Es, creo, un ejemplo que ilustra bien el problema. ¿Los congresistas quechuahablantes tienen que utilizar el español, o pueden usar su lengua materna como todos los demás?

  5. Diego, gracias por el excelente comentario. Permíteme hacer algunas anotaciones.

    1) Entiendo tu preocupación con respecto a mi interpretación de Kymlicka. Ciertamente, Kymlicka no quiere perpetuar todos los rasgos de una cultura, pero sí lo que él considera sus propiedades “esenciales” (esto lo puedes encontrar a partir de la página 166 de su “Liberalism, Community, and Culture”). Pero ¿cuáles son estos rasgos esenciales, cómo separarlos de los no-esenciales? El carácter dinámico de toda cultura, su proceso constante de redefinición y su pluralismo interno hacen que esta separación sea muy difícil de trazar.

    2) Totalmente de acuerdo en que injusticias pueden distorsionar las preferencias culturales a favor de la cultura dominante. En estos casos, las culturas minoritarias merecen compensaciones – no para volver al status quo, pero sí para afirmar y promover valores bajo condiciones actuales.

    En el artículo he defendido una posición a favor de la diversidad de oportunidades. La educación bilingüe es un buen ejemplo. En vez de confrontar una cultura con la otra, los alumnos que aprenden dos idiomas (castellano, quechua) por igual tienen la oportunidad de moverse en ambos mundos y esto los pone en una excelente situación para decidir qué camino seguir.

    Muchos saludos,
    Bernd

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