Crónica semanal (23 al 29 de enero)

Esta semana ha continuado el debate en torno a la demanda presentada por el gobierno peruano ante el tribunal de La Haya por el tema de la frontera marítima con Chile. Especialmente interesante ha sido observar las reacciones en ambos países. El entusiasmo, casi triunfalista de la parte demandante contrasta abiertamente con el ambiente de contrariedad y ofuscación de la parte demandada. Ambas reacciones son igual de peligrosas.

La reacción chilena a la demanda presentada por el Perú pone de manifiesto que la teoría de las cuerdas separadas no es tal para nuestros vecinos del sur, capaces, al igual que nosotros, de ceder a sus más bajos instintos nacionalistas. El gobierno de la presidenta Michelle Bachelet ha decidido esta semana quitarle el carácter de urgencia al Acuerdo de Libre Comercio (ALC) con el Perú que se debía discutir en el Senado. Además, en un gesto un tanto provocador, anunció la venta al gobierno ecuatoriano de dos fragatas al precio simbólico de 24 millones de dólares (fuente: La República).

Con respecto a la parte chilena, sorprende que no se haya sabido tomar la demanda peruana con más mesura, ya que desde los tiempos de la administración Toledo se viene amagando con acudir a La Haya. Si bien al comienzo de su mandato, García había intentado poner paños fríos al asunto, la idea de hacer uso de esa instancia supranacional no parecía haber sido descartada por el Perú. Además, el gobierno chileno había dado siempre muestras de seguridad en este tema, como si no hubiera existido duda de que la razón los acompañaba. Si era así, ¿por qué tanta reticencia a acudir a un tribunal cuya competencia habían reconocido?

La reacción peruana al anuncio chileno de no priorizar la discusión del ALC ha sido bastante infantil. El canciller García Belaúnde ha dicho que si el acuerdo no es prioridad allá, tampoco lo será acá. Tanto en el caso chileno como peruano, se trata de una decisión que se contradice con las políticas de ambos gobiernos de fomentar el libre comercio. Parece absurdo que la agenda comercial bilateral se vea afectada por una cuestión de carácter político que está ya en manos de un tribunal internacional. Reacciones de ese tipo sólo sirven para alimentar un chovinismo sumamente nocivo.

Con respecto a ese chovinismo, da la impresión que este nuevo capítulo en nuestra históricamente tensa relación con Chile alimenta en algunos sectores de la población nacional una sed de venganza que tiene que ver con nuestros conflictos de inferioridad irresueltos. Constantemente escuchamos a funcionarios del gobierno o a gente de prensa hablar sobre los años de ventaja que nos lleva Chile en tantísimos aspectos, especialmente en cuestiones económicas. Lo cierto es que en la última década, los capitales chilenos se han multiplicado en el sector servicios. El último episodio ha sido la compra de Wong, una marca sumamente arraigada en el imaginario nacional. Pero incluso en el fútbol, un tema tan sensible para la población, nos hemos sentidos rebasados por los chilenos.

La demanda ante La Haya, por la forma en que ha sido ventilada en los medios y, hasta cierto punto, por voceros oficiales, ha creado la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, somos nosostros los que estamos en control de la situación, que somos nosotros los que tomamos la iniciativa y que es posible que, aunque tardíamente, cobremos nuestra esperada revancha. Los conocedores del tema hablan de la solidez de la posición peruana, como si existiera una absoluta certeza de que ganaremos. Pero la posbilidad de que perdamos en La Haya y que esos miles de kilómetros de mar sigan bajo control chileno es real. Y ahí radica justamente el problema. La desazón de una derrota tras escuchar ese discurso triunfalista sería especialmente dolorosa, ahondaría la sensación de engaño, y sería un nuevo golpe a nuestra alicaída autoestima nacional.

Que el Perú haya decidido finalmente acudir a una tercera instancia para resolver el conflicto, sea cual sea el resultado final, es un hecho positivo, ya que le permitirá a las generaciones futuras avanzar en la construcción de un proyecto nacional libres de ese último impasse limítrofe. También será positivo que el proceso de deliberación en La Haya dure algunos años. Quizá, durante ese tiempo se calmen las aguas y los peruanos maduremos, probablemente alentados por un progreso económico que nos permita sentirnos menos distantes de Chile. Pero escribo en condicional, porque hacerlo de otra manera, sería desconocer nuestra historia.

Ignazio De Ferrari