Las Nuevas Guerras

La globalización, entendida como una mayor interconexión a diferentes niveles –político, económico, cultural y militar- aparentemente está poniendo en juego la soberanía estatal al desdibujar las fronteras y permitir el contacto de más personas a niveles que el aparato estatal no puede controlar. Las guerras también están siendo modificadas, no sólo en los actores que participan en ellas, sino también en cómo se financian, quiénes son los más afectados y cómo llegar a, por lo menos, una solución temporal que permita acuerdos a largo plazo. En el tema del mes de mayo, un análisis de la propuesta sobre las “nuevas guerras” de Mary Kaldor, opuestas a las “viejas guerras” entre Estados, propias del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Las “viejas” guerras: lo malo conocido

El desarrollo de lo que comúnmente conocemos como “guerra”, es decir, una actividad del Estado que implica la organización y movilización de ciudadanos con el objetivo de ejercer violencia física, con una lógica particular, está estrechamente ligada al establecimiento del Estado moderno. Kaldor establece una diferenciación entre cuatro etapas del desarrollo de las “viejas guerras” descritas a continuación en función de la forma que toma el Estado, los objetivos de la guerra, el tipo de fuerza armada, la técnica militar y el tipo de economía de guerra que se lleva a cabo.

1. Siglo XVII y XVIII: son guerras entre Estados absolutistas, con el objetivo de consolidar las fronteras y resolver conflictos dinásticos, en función de la “razón de Estado”. Se utilizan ejércitos mercenarios, así como profesionales, y se utilizan armas de fuego y maniobras defensivas. La economía de guerra se sustenta en la regularización de la recaudación de impuestos en el territorio y en el préstamo de recursos.

2. Siglo XIX: las guerras son el enfrentamiento entre Estados-nación, con el objetivo de resolver conflictos nacionales. Las fuerzas armadas están compuestas por profesionales y ciudadanos convocados obligatoriamente. Las técnicas militares cambian producto del desarrollo del ferrocarril y el telégrafo, lo que facilita una rápida movilización. La economía de guerra se sustenta en la expansión del aparato administrativo estatal y la burocracia.

3. Siglo XX temprano (Primera y Segunda Guerras Mundiales): las guerras se libran entre coaliciones de Estados, Estados multinacionales e imperios, por conflictos nacionales e ideológicos. Son fuerzas armadas masivas, en conjunto con el uso de tanques y ataques aéreos. La economía de guerra se sustenta en la movilización de toda la sociedad, ya sea para producir armas o para producir provisiones.

4. Siglo XX tardío (Guerra Fría): la guerra se libra entre bloques de Estados, por conflictos ideológicos. Las fuerzas armadas son profesionales, y son dirigidas por una élite científica-militar. Las armas nucleares son el final del desarrollo de la tecnología militar, gracias a su capacidad destructiva. La economía de guerra se basa en complejos industriales-militares.

Esta descripción de Kaldor no significa que durante estos períodos no hayan ocurrido paralelamente guerras de guerrillas, o insurrecciones y rebeliones. Sin embargo, no tenían la denominación de guerra, ante la tipología descrita arriba, en la que son los Estados los principales actores y el interés nacional era la principal motivación.

Es a finales del siglo XVIII que ya pueden definirse las características de una “vieja” guerra (o tradicional), en función de ciertas diferenciaciones: la diferenciación entre lo público y lo privado; entre lo interno y lo externo; entre las actividades económicas privadas y las actividades llevadas a cabo en el sector público; entre lo civil y lo militar; y entre el legítimo portador de armas y el no combatiente o criminal.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, y una vez alcanzado el punto álgido de las guerras modernas con el desarrollo de las armas nucleares, la aparición de una nueva forma de organizar socialmente la violencia cobra mayor importancia en el contexto de la globalización. Estas son las llamadas “nuevas” guerras que propone Kaldor para explicar nuevas formas de lucha por el poder basadas en una “política de la identidad” (“identity politics”). Estas identidades son aparentemente tradicionales, pero en realidad son fenómenos contemporáneos productos de la ruptura de las divisiones culturales y socioeconómicas que definieron la política durante la era moderna.

Las “nuevas” guerras: lo malo por entender

Kaldor postula que la globalización está quebrando las culturas organizadas verticalmente. Es decir, culturas nacionales seculares que se organizan verticalmente basándose en idiomas vernaculares con el fin permitir a las personas formar parte de la modernidad, ya sea en contacto con el gobierno o con la industria. Lo que encontramos actualmente son culturas horizontales producto del contacto en las redes transnacionales, las cuales se basan en el uso del inglés para comunicarse y se basan en un consumismo de masas, que al mismo tiempo se combinan con una variedad de particularidades locales. Por esto es que la globalización es entendida como un proceso que en realidad implica integración y fragmentación, diferenciación y homogeneización.

Este proceso no es nuevo, dado que el capitalismo surgió como un fenómeno local; sin embargo, lo que sí es considerado como un factor no incluido anteriormente es la revolución de las tecnologías de comunicación e información. De esta forma, las estructuras se ven profundamente alteradas, tanto en la economía –con el declive de la producción basada en el territorio- como en la política –tanto para las burocracias gubernamentales como para las organizaciones internacionales-. Es así que pasan a asemejarse a telas de araña -en contraposición a las pirámides jerárquicas- creadas por el contacto entre redes transnacionales, y dejan de estar organizadas jerárquicamente dentro del Estado-nación.

La organización social también cambia, evidenciando las desigualdades dentro y entre los países, sobre todo con la aparición de lo que Robert Reich define como “analistas simbólicos”: son quienes trabajan en tecnología o finanzas, en institución educativas superiores o en organizaciones transnacionales. Y como menciona Kaldor, la mayoría de la población mundial no se incluye en esta categoría.

Este es el contexto en el que encontramos a las “nuevas” guerras; es decir, guerras que no responden a los postulados de las “viejas” guerras en lo relativo a quiénes son los actores, cómo se pelean y cómo se financian. Las “nuevas” guerras se basan en la política de la identidad, donde grupos humanos se movilizan en torno a una identidad étnica, racial o religiosa con el fin de demandar más poder del Estado. La política de la identidad se define como exclusivista y enfocada hacia el pasado, porque, finalmente, todo reclamo por más poder sustentado sobre la base de la identidad genera minorías que quedan fuera de los proyectos impuestos.

Una vez caída la Unión Soviética y terminada la Guerra Fría, se evidencia, tanto en países industrializados como en países en desarrollo, que la erosión de la legitimidad del Estado-nación y la desintegración de formas de cohesión social, como la industrialización en los países más avanzados, fomenta el desarrollo y la difusión de la política de identidad. Sin embargo, no debe considerarse que la identidad que se formula necesariamente está sustentada en un pasado lejano y glorioso, sino que, a pesar de que toma elementos tradicionales, tiene características contemporáneas producto de la globalización, como su expansión nacional así como transnacional, horizontal y vertical; y la capacidad para la movilización política sobre la base de las nuevas tecnologías y las posibilidades educativas.

En estas “nuevas” guerras, la distinción entre la guerra entendida como la violencia entre Estados o grupos políticos organizados por motivos políticos, el crimen organizado y la violación masiva de derechos humanos se vuelve borrosa. Asimismo, la diferenciación entre lo interno y lo externo, la represión (entendida como los ataques desde el interior del Estado) y la agresión (ataques desde el exterior del Estado) pierde sentido. Los actores involucrados también han sido influenciados por la globalización, y no sólo se trata de Estados y grupos organizados en torno a la identidad, sino que también pueden incluir periodistas para medios de comunicación internacionales, mercenarios, consejeros militares, y miembros de ONGs y organizaciones internacionales.

La nueva economía de guerra

Un elemento importante para entender el funcionamiento de las “nuevas” guerras es lo que Kaldor llama la “nueva economía de guerra”, que es una economía globalizada de guerra. El término “economía de guerra” tradicionalmente se refiere a un sistema totalizante, centralizado y autárquico, donde la mayoría de las personas son involucradas en el esfuerzo bélico, como en las guerras mundiales. La nueva economía de guerra representa lo contrario, ya que la producción nacional es mínima, la participación también es mínima por falta de pago y falta de legitimidad de los actores en conflicto, y se basa en prácticas depredatorias y en apoyo externo. Las características del funcionamiento de estos Estados en crisis es la falta de control sobre y la fragmentación de los instrumentos de coerción física; por lo tanto, observamos un proceso de regresión de lo que fue la consolidación del Estado moderno.

La desintegración del Estado tiene como consecuencia la imposibilidad de establecer un sistema de recaudación de impuestos, lo que, en conjunto con la corrupción de los funcionarios públicos, tiene como resultado la falta de recursos. La falta de ingresos tiene como contraparte el recorte de gastos del Estado, lo que a su vez imposibilita el control sobre las fuerzas militares. Finalmente, la falta de ingresos y legitimidad, el caos y el desorden militar se constituyen en un círculo vicioso, que resulta en la privatización de la violencia. Es decir, los miembros de las fuerzas armadas dejan de ser los legítimos portadores de armas, y es cada vez más difícil diferenciarlos de los integrantes de grupos paramilitares.

Las “nuevas” guerras también se pelean de una forma diferente: toman elementos tanto de las guerrillas como de contra-insurgencia. Es decir, el control político del territorio toma más importancia que el control militar del territorio. Sin embargo, este control político no se da bajo la forma de una ideología, sino mediante la lealtad a una denominación particular. De esta forma, en las “nuevas” guerras no se busca crear un entorno favorable para las guerrillas, sino, al contrario, crear un entorno desfavorable para todo aquel que no pueden controlar, incluyendo el genocidio para eliminar a los poseen una identidad diferente. Por lo tanto, se busca involucrar a la mayor cantidad de personas en los crímenes perpetrados para establecer una complicidad compartida y perpetuar el odio hacia el “otro”. Así, los blancos dejan de ser objetivos militares, y ahora se trata de blancos civiles. Según Kaldor, en la Segunda Guerra Mundial la mitad de las víctimas eran civiles; a finales de la década de 1990 hasta la actualidad aproximadamente 80% de las víctimas en conflictos armados son civiles.

Dado que la producción interna colapsa, la ayuda externa resulta fundamental. Esto toma la forma de envíos desde fuera a familias particulares, ayuda directa desde comunidades establecidas en el exterior, ayuda de gobiernos extranjeros, y la asistencia humanitaria. Gran parte del tiempo esta ayuda recibida termina formando parte del tráfico ilegal y el mercado negro, para posteriormente ser utilizado como recursos para las fuerzas combatientes. Sin embargo, las consecuencias económicas de las nuevas guerras también cruzan fronteras, en tanto que el tráfico ilegal se extiende entre países vecinos y las posibilidades de comercio exterior se pierden debido a las sanciones económicas y fronteras cerradas. La violencia no frena con los límites entre países, sino que se extiende con los flujos de refugiados, extendiendo la política de identidad a los países vecinos que reciben a más personas en peligro.

La solución: comprendiendo las diferencias

Hasta el momento, los intentos de llegar, por lo menos, a acuerdos temporales para frenar la destrucción y los ataques a civiles que son el pan de todos los días de las “nuevas” guerras no han tenido los resultados esperados. Kaldor argumenta que esto se debe a que las soluciones propuestas han estado basadas en el modelo de las “viejas” guerras. Es decir, donde son Estados en conflicto que tienen control sobre sus fuerzas militares, donde es una economía de guerra centralizada la que sostiene a dichos Estados y donde era posible distinguir a los combatientes de los civiles no combatientes.

Para Kaldor, el gran problema es un error de percepción, por lo que las soluciones desde arriba hacia abajo, o tal vez considerando a las guerras como regresiones primitivas y por lo tanto tratarlas como desastres naturales -o “emergencias complejas”-, están empeorando más que ayudando a frenar la violencia. Kaldor propone reconstruir la legitimidad mediante la inclusión como la opción para detener la violencia, en oposición a la política particularista propia de estas guerras; se refiere específicamente al “cosmopolitanismo”, de procedencia kantiana. Kaldor define “cosmopolitanismo” de forma más amplia, como una visión política positiva que implica tolerancia, multiculturalismo, civilidad y democracia, y el respeto a principios universales que deberían guiar a las comunidades políticas, y que se encuentran ya codificados en una serie de tratados, como por ejemplo la Convención de Ginebra.

En este sentido, las negociaciones entre las partes en conflicto, que es la estrategia dominante actualmente, son contrapuestas a la posibilidad de fomentar el desarrollo de grupos de personas y zonas en el territorio en conflicto que representan los valores del cosmopolitanismo. El problema con las negociaciones entre las partes en conflicto consiste en no sólo legitimar a posibles criminales de guerra, quienes son considerados como representantes en las negociaciones, sino que estas negociaciones tienden a perpetuar las diferenciaciones como formas de solución. Por ejemplo, se podría proponer la división del territorio, o un acuerdo para compartir en poder, pero en última instancia, estas soluciones mantienen los particularismos y la política de identidad, en lugar de la integración.

Estos grupos que personifican los valores del cosmopolitanismo –los grupos de mujeres suelen jugar un rol importante en zonas convulsionadas, así como ONGs locales- están siendo apoyadas recientemente por gobiernos extranjeros y organizaciones internacionales como alternativas a negociar con las partes en conflicto. Sin embargo, estos grupos suelen ser los primeros atacados en un contexto de “nuevas” guerras, y su supervivencia es precaria. Por lo tanto Kaldor propone una alianza entre organizaciones internacionales y las iniciativas locales con el fin de contrarrestar las divisiones y particularismos, más allá de proponer acuerdos que puedan mantener las tensiones basadas en identidades construidas con el fin de reclamar poder estatal. Además, no debe obviarse el conocimiento de primera mano que estos grupos pueden tener sobre la situación en el terreno, fundamental para la reconstrucción de las instituciones políticas, la ley y el orden, las relaciones económicas, y la sociedad civil.

Mariana Olcese

Bibliografía:
Kaldor, Mary. New and Old Wars. Stanford University Press, 2007.

One thought on “Las Nuevas Guerras

  1. Hola Mariana:

    Gran artículo, felicitaciones.

    Si he entendido bien, el origen de las nuevas guerras se remonta, según Kaldor, a la afirmación de la identidad (religiosa, étnica o racial) de forma violenta y exclusionaria. A su vez, esta forma de identidad es producto de la rupturas culturales o socieconómicas producidas por la globalización.

    Me interesaría saber si Kaldor considera esta ruptura como una consecuencia necesaria de la globalización o si, más bien, cree que las nuevas guerras pueden ser sofocadas con las armas de la globalización.

    Los valores contenidos en una visión cosmopolita son importantes, pero pienso que también hay factores materiales como la pobreza y el subdesarrollo económico con el consiguiente déficit educativo.

    Si existiera una globalización buena, o al menos en parte buena, podríamos esperar que logre incluir, con el tiempo, a más y más personas y así frenar la falta de oportunidades y el desarraigo que muchos sienten.

    Pero si, en cambio, la globalización fuera mala en sí, excluyente y desintegradora en sí, no parecería haber salida a la vista, pues una cosa es decir que deberían existir valores como la tolerancia y otra crear las condiciones sociales y económicas para que tal clima se desarrolle.

    Bernd

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