Aráoz y Del Castillo, los peones de García

Pelea extraña la que se vive en el APRA. Mientras el partido se desangra en una lucha intestina entre Jorge Del Castillo, el dirigente de peso, y Mercedes Aráoz, la candidata independiente, la única voz capaz de poner orden en la casa que se cae a pedazos no se escucha por ningún lado. Alan García, acostumbrado a dirimir todos los debates en un partido que dirige hace casi 30 años, ha preferido mantenerse al margen. Todos opinan, todos se lanzan pullazos y quien podría salir al frente no se inmuta ante el espectáculo fraticida. Todo está bajo su control.

La batalla que libran Del Castillo y Aráoz tiene mucho de doble estándar. Los rivales buscan darle a su causa una trascendencia mayor cuando, en realidad, lo que prima es un esfuerzo por imponer sus intereses y ganar la pulseada. Implícitamente, Del Castillo busca posicionarse como el verdadero defensor de la identidad aprista, como ha dicho Mirko Lauer, cuando en el fondo lo que está en juego es la supervivencia política del político profesional. Aráoz, dice defender “un tema de principios”, pero no le importa llevar a gente igualmente cuestionada en la lista, como Omar Quesada. Su candidatura pende de un hilo y para darle algo de vida, tiene que dar la imagen de que puede imponer orden. Se metió en una pelea que si pierde, queda out.

Todo esto tiene también un aura trágica. Y es que en el fondo, por más que pongan en la mesa el poco capital político que les queda, la suerte de ambos ya está echada. Del Castillo quería ser presidente del Perú, y hasta que le explotaron los petroaudios en la cara, creía que podía serlo. Hoy sólo puede aspirar a volver al Congreso y, aunque lo lograra, sería una victoria pírrica para el que era la mano derecha del presidente. Del Castillo debía ser para García lo que Dilma ha sido para Lula pero, al final, ha acabado convertido en la piñata a la que todos le pegan, en el lunar de carne que afea la gestión aprista.

El caso de Aráoz es similar. Entró a la arena electoral para construirse un perfil político y, con suerte, ser animadora de una fiesta en la que el APRA volvería a ser presentada en sociedad. Si tuvo una ventana de oportunidad al comienzo, con ese 18% que, se suponía, podía llegar a conseguir un independiente con la estrella en el pecho, ésta se cerró rápidamente y de manera abrupta. Ahora, a Meche sólo le queda aspirar a un puesto tecnocrático, y va a ser difícil que lo consiga en el próximo gobierno tras el fiasco político. Probablemente sea chusma en ambos terrenos.

Tras semanas de enfrentamientos queda entonces la sensación de que la candidata y el congresista no son dueños de sus propios destinos y que, en el fondo, libran una batalla mucho menor, casi insignificante, en la que cualquier triunfo es, cuando se lo mira más de cerca, banal. Aráoz y Del Castillo, al igual que otros apristas en el pasado, son en definitiva marionetas de García o peones en su ajederez político, según la metáfora que se prefiera. Y como tal, el verdadero juego en el que están inmersos es el del presidente. Lo que cuenta es la reelección de García en 2016.

Que Alan García haya preferido no ser juez en esta partida es sintomático, no le conviene apostar en perdedor. Electoralmente, Meche está liquidada y con relación a Del Castillo, el mensaje parece ser que no cuenta con él en el futuro. Y para que no quede duda sobre quien manda en el APRA, Alan ha recordado que el 29 de Julio rgresará “para reorganizar la casa” (fuente: La República, 08/01/11). El problema, para el APRA es que, como ha quedado claro en este gobierno, el presidente se ha distanciado cada vez más del partido y los dirigentes que tenían algo de peso – Del Castillo, Cabanillas, Alva Castro – se convirtieron en los fusibles que fue necesario quemar. El partido está, desde hace un tiempo, al servicio de GarcIa y no al revés.

García parece tener en claro que su reelección en 2016 depende sobre todo de él mismo, y que, a estas alturas, su partido constituye más un peso con que cargar que una engrasada maquinaria electoral. Que eso sea así es, en gran parte,su propia responsabilidad. El APRA ha sido moldeada a imagen y semejanza suya, sin mayores objeciones ni cuestionamientos. Por eso, en cinco o diez años, el final de la carrera política del presidente podría coincidir con la fecha de defunción del partido.

Ignazio De Ferrari

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