Crónica semanal (13 al 19 de junio)

Que en el Perú los partidos políticos son casi insignificantes no es ninguna novedad. Un síntoma de su insignificancia es, aunque parezca paradójico, su proliferación. Ante la escasa representatividad de las organizaciones existentes, nuevas opciones surgen antes de cada elección. En este contexto, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) ha informado esta semana que 402 organizaciones políticas de todo el país están inscritas para las elecciones regionales y municipales del 3 de octubre.

El Perú es un país diverso y, hasta cierto punto, el alto número de organizaciones políticas refleja esa diversidad, sobre todo a nivel local. De las 402 fuerzas inscritas, 228 son movimientos regionales, 21 organizaciones provinciales y 126 tienen carácter municipal. A nivel nacional hay 25 partidos inscritos. Sin embargo, el argumento de la diversidad tiene sus limitaciones. El Perú de la década de 1980, en el que cuatro partidos monopolizaban el escenario electoral, no era mucho menos diverso que el Perú de hoy. Algo ha cambiado desde entonces.

El panorama actual, en el cual los independientes y los caudillos partidarios dominan el escenario tuvo como punto de partida la elección de 1989 en la que el presentador televisivo Ricardo Belmont ganó la alcaldía de Lima y continuó un año después con el sorprendente triunfo de Alberto Fujimori en las presidenciales. Desde entonces, los políticos como gremio y la política como profesión han alcanzado niveles de descrédito superlativos. Fujimori, con su retórica anti-partidos tuvo mucho que ver en esto.

En la primera década post-fujimorismo, el panorama no ha cambiado. La política no se ha recuperado de la crisis de los noventa de modo que, para los que desean participar, sigue siendo más beneficioso ir como independientes o demostrar una cierta independencia del aparato partidario del cual militan. La cuestión es no ser asociado con la política de “pactos bajo la mesa” con la que la mayoría relaciona los quehaceres de la clase dirigente.

La carrera electoral para la alcaldía de la capital es un buen reflejo del confuso y fragmentado escenario político peruano. Si bien en los primeros meses dos candidatos – Lourdes Flores y Alex Kouri – han despuntado, esto no ha desanimado a otros candidatos a dar batalla. La carrera ya se muestra fragmentada, con nueve candidatos en total mas los que podrían entrar hasta el 5 de julio.

La campaña limeña revela un problema aún mayor. La vida partidaria orgánica está completamente ausente de la contienda. Si bien la carrera la lidera una mujer de partido como Lourdes Flores, esto no se debe al caudal electoral del PPC o a la fuerza de su militancia. Se debe fundamentalmente a las aptitudes de Lourdes y su larga trayectoria política. Sus cualidades son personales, no partidarias.

Si el PPC se muestra débil en el contexto actual, el segundo en carrera directamente no pertenece a ningún partido y busca, más bien, hacer virtud de su independencia. El ex pepecista Alex Kouri ha vendido sus servicios al mejor postor y ha elegido finalmente el membrete de Cambio Radical (CR), la franquicia del también tránsfuga José Barba. Antes de quedarse con Barba, Kouri había pasado por otro vientre de alquiler, el del alcalde de Los Olivos, Félix Castillo.

A Kouri su política de alianzas le está costando caro. La ambición por ser candidato a como dé lugar, incluso si eso implica hacer pactos oscuros con políticos oscuros ha afectado su imagen de político indepdendiente. Queda la impresión de que el votante peruano espera de sus políticos que lleven su independencia hasta las últimas consecuencias. En otras palabras, esperan coherencia.

Sobre las nocivas consecuencias de la ausencia de partidos políticos se viene discutiendo en el Perú desde hace años. Con respecto a la campaña municipal hay dos puntos importantes. El primero tiene que ver con el legado de Luis Castañeda. Pese a registrar una caída en las encuestas en las últimas semanas a raíz de los problemas en el funcionamiento del Metropolitano, el alcalde limeño sigue siendo un político muy popular. Sin embargo, como no va a la reelección y no pertenece a un partido organizado que presente un sucesor para la alcaldía metropolitana, no hay ningún candidato que represente realmente la continuidad. ¿Es Lourdes, quien lleva en su lista a varios alcaldes de Solidaridad Nacional (SN) la candidata de Castañeda? ¿O es Kouri, un político que también tiene fama de eficiente y de pocas palabras el verdadero sucesor del alcalde limeño?

El segundo punto está relacionado con el factor de la experiencia política, especialmente en cargos ejecutivos. Ante la ausencia de partidos que elaboren planes de gobierno y tengan una trayectoria conocida, la experiencia individual de los candidatos cobra un papel especialmente importante. Si el votante no puede evaluar la trayectoria del partido en el poder porque éste no presenta candidatos – como es el caso de SN en Lima – lo único que importa, en términos de la evaluación retrospectiva del votante, es la trayectoria y experiencia de los candidatos. En ese sentido, no parece ser una coincidencia que tanto Lourdes como Kouri tengan una experiencia reconocida. Una vez más parece darse una paradoja. El votante quiere candidatos independientes pero que tengan, a su vez, una cierta experiencia. Kouri, el ex alcalde y presidente regional, lleva la ventaja en ese campo.

Ignazio De Ferrari