Lima es una ciudad que hoy, a mediados del año 2010, no está lista para entrar al siglo XXI. Definitivamente no es la única ciudad que se ha quedado estancada hace varias décadas atrás, pero considerando el boom económico que vivimos aproximadamente hace una década no queda claro por qué no hemos dado logrado modernizar la infraestructura pública de una capital que alberga un tercio de la población del país. Las peripecias de la construcción del Metropolitano (rebautizado “Lentopolitano” por algunos bloggers) son sólo el último drama en los intentos de modernización de la ciudad de Lima.
Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el departamento de Lima llegará a tener más de 9 millones de habitantes en el 2010. Lima Metropolitana alberga a la gran mayoría de estos 9 millones de personas sin contar con un sistema de transporte público. Actualmente se manejan cifras que ubican el número de vehículos de pasajeros alrededor de 26,000 unidades entre combis y coasters, aunque estos números no pueden ser confirmados dada la informalidad del servicio de transporte. Este exceso de unidades de transporte se sustenta en el Decreto Legislativo 651 de julio de 1991, el cual dispuso el libre acceso temporal a las rutas de transporte urbano e interurbano, y que fomentó según la Defensoría del Pueblo “un enfoque de gestión caracterizado por: mínima regulación, libre competencia en el mercado e importación de vehículos usados”. Dicha “sobreoferta en el servicio de transporte” aumenta los costos para el transportista, lo cual “hace prevalecer…”la guerra por el centavo””. Esta “guerra” causa aproximadamente 3,400 muertes al año, de las cuales mueren aproximadamente 800 en Lima Metropolitana.
El Metropolitano debió haber sido un primer paso hacia el futuro para la ciudad de Lima, ciudad que en los últimos dos años ha sido anfitriona de tres reuniones de alto nivel –ALC-UE, APEC y la Asamblea General de la OEA-. No obstante, comenzó con el pie equivocado y así ha continuado: El presupuesto original destinado a la obra ha aumentado en más del doble, su construcción ya ha tomado más de 3 años cuando debía haber concluido en menos de 1 año y la gestión del alcalde Luis Castañeda Lossio es acusada diariamente de ineficiencia y corrupción. La Contraloría General de la República ya emitió un informe desfavorable –por no decir devastador- al respecto.
Debido a los retrasos en su inauguración, no sabemos si es que el Metropolitano tendrá suficiente acogida como para descargar las calles de la ciudad. De lo que sí podemos estar seguros es que el Metropolitano, como cualquier gran obra de infraestructura pública en Lima, debe ser visto a través del lente electoral. Pudo haber sido el gran legado de Castañeda como alcalde, probablemente impulsando su candidatura al sillón presidencial, pero las críticas lo han llevado a hacer un disimulado mea culpa mientras que las encuestas evidencian el golpe a su popularidad. Por otro lado, el Metropolitano será el blanco preferido para los candidatos a la Alcaldía de Lima, mientras que el mismo presidente García ha manifestado que las críticas al actual alcalde de Lima están llevadas por el interés en perjudicar la candidatura a la presidencia de Castañeda.
Cualquiera que sea el color del interés político con el que se le mira, la inversión en infraestructura pública depende del momento del ciclo político en el que nos encontremos. Si recién se inicia el período de gobierno, entonces las promesas de campaña siguen frescas y se logran magros avances. Las obras se paralizan mientras que no hayan campañas, y se retoman cuando hay más en juego, de forma que el electorado no olvide dichas obras cuando esté emitiendo su voto. Obviamente esta lógica no es inherentemente correcta o incorrecta, es la dinámica propia de los procesos políticos y sus actores. Lo que sí debe llamarnos la atención es la falta de planificación a largo plazo, cuando grandes obras de infraestructura pueden insertarse en una hoja de ruta que abarque el tiempo suficiente como para llevar a las zonas urbanas del país al siglo XXI (o al menos a finales del siglo XX). Desgraciadamente, la concertación política ha probado ser terriblemente ajena a nuestras fuerzas políticas, como lo mostró el Acuerdo Nacional.
Mientras tanto, nueve millones de peruanos seguimos empantanados en el drama de llegar a nuestras casas cada día sin perder la cabeza ni la billetera en el intento.
Mariana Olcese
Imagen tomada de: http://akilesmartin.blogspot.com/