Crónica semanal (20 al 26 de diciembre)

El cambio fue imprevisto y soprendió a todos, desde sectores cercanos al gobierno hasta la oposición. El último martes, en vísperas de la Navidad, se produjo un cambio ministerial en la cartera de Economía y Finanzas. Se trata, sin dudas, del relevo ministerial que más ha sorprendido en lo que va del segundo gobierno aprista. El ministro saliente, Luis Carranza, había sido para muchos, incluído el presidente Alan García, el principal responsable de que la economía peruana no se descarrilara durante la aguda crisis del 2009. Además, contaba con el apoyo casi incondicional de los sectores empresariales y los agentes económicos internacionales, grupos a los que García se ha esforzado en seducir desde que se enfundó la banda presidencial por segunda vez.

Las razones de la salida de Carranza de la cartera ministerial más importante varían según a quién se le haga la pregunta. La versión oficial dada a conocer por el propio García es que Carranza había aceptado ponerse al frente del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) en enero pasado para hacer frente a la crisis económica, pero solo durante un año (fuentes: La República, El Comercio, 23/12/09). La versión no oficial, que en este caso parece ser la acertada, es que Carranza habría renunciado para expresar su desacuerdo con la concesión de exoneraciones tributarias para las pequeñas y medianas empresas que se instalen en zonas altoandinas ubicadas a partir de 2500 y 3200 metros de altitud. Según reportes periodísticos, Carranza habría pedido a García que observara esa ley que se había originado en el Congreso. García, en vez de enmendarla, decidió promulgarla sabiendo que forzaría la renuncia de su ministro.

De acuerdo con la versión de El Comercio (23/12/09), a Carranza no le preocupaba tanto el costo tributario de estas exoneraciones en concreto, sino el mensaje que se daba sobre las exoneraciones en un año electoral. Para el ministro era poco acertado que se afirmara la idea de que las exoneraciones tributarias son necesarias. Durante su gestión, Carranza había logrado contener algunas nuevas exoneraciones e incluso había intentado revertir otras como las de la selva, de modo que García sabía que daba en el clavo al promulgar la ley.

García era consciente de las críticas y del golpe a su legado que significaría poner a un aprista al frente del MEF en un año electoral. Aún así escogió a una figura con un perfil más político que el de su antecesor. Pese a no ser una mujer de partido, Mercedes Aráoz se maneja en una lógica político-mediática al punto de que hasta su traslado del ministerio de Producción al MEF esta semana, era voceada como la principal carta en la baraja aprista para la alcaldía de Lima en las elecciones de octubre próximo.

Tras su investidura, García se encargó de definir los lineamientos de gestión de la flamante ministra. “Impulsar la inversión, facilitar el trabajo de los demás ministros, facilitar el trabajo de los presidentes regionales abriéndoles mayores opciones de ejecución de sus inversiones y naturalmente aportar también un poco de sensibilidad social hacia algunos sectores que merecen nuestra protección”. En otras palabras, ¿farra fiscal?

No es un secreto que desde el Ejecutivo y las autoridades regionales y municipales existían molestias con la manera en que Carranza administraba los recursos del Estado. Las críticas se centraban en que Carranza no soltaba partidas con facilidad, lo que impedía a las autoridades ejecutar sus presupuestos. Sin embargo, desde la perspectiva del ministro, se corría el riesgo de malgastar recursos públicos en proyectos con poca o ninguna perspectiva social.

Los críticos de García, sobre todo en la derecha, ponen en duda que Aráoz esté en condiciones de poner freno a la voracidad fiscal del presidente. La oposición está convencida de que Carranza era el único que podía decirle no al jefe de Estado lo que, tratándose de Alan García, era un gran alivio. La pregunta que se hacen ahora es quién domará al presidente tras la salida de Carranza.

Para García parece ser clave llegar al proceso electoral de 2011 en capacidad de dirimir el juego político, tal como lo hizo en 1990. Para eso, el mandatario necesita llegar con una popularidad alta que le permita negociar su apoyo o su silencio político en mejores condiciones. En ese contexto, agilizar el gasto social y la apertura de nuevas obras puede ser de gran ayuda en un año electoral. Por otro lado, es de esperarse que a medida que se acerquen las elecciones la protesta social ceda, lo que mejoraría aún más las perspectivas de García de ser un actor central y del APRA de alcanzar una major cuota en el próximo Congreso, ya sea en alianzas o en soledad.

Pese a las necesidades de la coyuntura política, García sabe que no puede caer en un dispendio absoluto, ni siquiera para evitar la victoria del tan temido “antisistema”. Al final del día García vive encorcetado en lo económico desde el momento en que asumió la presidencia pidiendo perdón por los errores de la juventud. En todo lo demás García se mueve con excesiva y hasta contradictoria flexibilidad, como cuando acepta crear un museo de la memoria pero a la vez nombra a Rafael Rey como ministro de Defensa. En vez, en materia económica, el pasado obliga a García a mantenerse excesivamente prudente. Más que farra fiscal, lo que podemos esperar este año es un poco más de gasto y el recordatorio de que “el Perú avanza”.

Ignazio De Ferrari