Entre la continuidad y el cambio

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“América Latina se debate entre la continuidad y el cambio”. Esta idea ha estado en el centro del debate político latinoamericano de los últimos años. Las nociones de continuidad y cambio han estado ancladas en la convivencia en la región de gobiernos de izquierda socialdemócrata, de una izquierda más contestataria y de gobiernos conservadores. En ese contexto, los procesos electorales que se han llevado a cabo en las últimas semanas en Uruguay y Bolivia y el que se viene en Chile este domingo, obligan a repensar algunas de las nociones sobre el significado de cambio y continuidad en el espacio latinoamericano.

En las democracias que gozan de más salud, las pugnas electorales entre gobierno y oposición giran en torno a diferencias programáticas. Las elecciones son una oportunidad para que los que están en el poder defiendan su performance en el Ejecutivo y la oposición presente propuestas alternativas que generen la suficiente confianza en el electorado para generar un cambio de gobierno.

En América Latina se observan hoy en día dos paradojas. La primera es que, a menudo, el electorado asocia más al partido de gobierno o al candidato oficialista con alguna forma de cambio, incluso después de más de un mandato en el poder. La segunda es que en varios países los ciudadanos quieren a la vez cambio y continuidad.

El ciclo electoral en marcha pone en evidencia esta contradicción. En Uruguay, después de cinco años de gobierno del Frente Amplio, el cambio lo encarna, vaya ironía, un político de 74 años de edad, cuyo origen humilde desafía a una clase política, que casi en su totalidad, proviene de las clases medias profesionales. El vencedor de la elección presidencial, José Mujica, ex guerrillero tupamaro, ha sintonizado muy bien con los sectores populares y, al mismo tiempo, se ha beneficiado del exitoso gobierno de su correligionario Tabaré Vázquez, que ha incrementado la inversion social, desde la educación a las pensiones.

En Chile, pese a los esfuerzos del candidato de la oposición de convencer a los votantes de lo contrario, la idea del cambio no la encarna Sebastián Piñera, sino un diputado de 35 años que hasta hace solo unos meses militaba en el Partido Socialista (PS). Marco Enríquez-Ominami, o ME-O como se lo conoce en su país, abandonó el PS cuando se le prohibió participar en las internas presidenciales de la gobernante Concertación. Desde entonces, su mensaje ha estado centrado en la renovación de la veterana clase política chilena. Cambio en el Chile de ME-O significa, fundamentalmente, reposición de personal.

Al igual que en Uruguay, en Chile la derecha se ha mantenido leal al régimen, pese a llevar casi 20 años alejada del poder. Para poder llegar al gobierno en 1990 y, después, durante los años de la transición, los gobiernos de centro-izquierda chilenos tuvieron que aceptar las reglas del juego económico neoliberal. Hoy, tras dos décadas en el poder, le toca a la derecha aceptar las reglas impuestas por la Concertación, es decir, la ampliación del estado de bienestar y la reducción de las desigualdades impulsadas por los gobiernos de los socialistas Lagos y Bachelet.

En un clima post-consenso de Washington como el que se respira en Chile y Uruguay, las opciones más extremas en ambos lados del espectro político tienen poca viabilidad electoral. En Uruguay, el Frente Amplio ha sabido domar a los sectores más rebeldes de la coalición, al punto que el ex guerrillero Mujica sólo habla de continuidad con el gobierno del saliente Vásquez. En Chile, la izquierda extraparlamentaria de origen comunista aspira a un 10%, pero un 7% es más realista. A su vez, las propuestas de gobierno de la Concertación y de la derecha casi no se diferencian, lo que deja la impresión en el electorado de que ambas coaliciones son prácticamente intercambiables.

En ese contexto de escasa diferencia programática entre las opciones de centro-izquierda y centro-derecha y de buena performance gubernativa de las izquierdas moderadas, a la derecha en la oposición sólo le queda esperar el desgaste de los partidos de gobierno para poder dar el zarpazo y volver al poder. En Chile, los conflictos al interior y entre los partidos de la Concertación, expresados en algunas rupturas en la Democracia Cristiana y en el Partido Socialista – la más notoria la del propio ME-O – así como la incapacidad de hacer un recambio generacional, han deteriorado seriamente la imagen de la coalición de gobierno. A tal punto ha llegado este deterioro que ni siquiera el hecho de contar con el respaldo del presidente más popular desde el retorno de la democracia va a permitir al candidato de la Concertación, Eduardo Frei, alzarse con la victoria ante el conservador Piñera. En Uruguay, en vez, donde los años en el poder aún no han deteriorado al Frente Amplio, los tradicionales Partido Colorado y Nacional tienen en frente un panorama más complicado.

En Bolivia, donde el ascenso de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo (MAS) han transformado el panorama politico del país, se respira un ambiente de confrontación mucho más pronunciado. Al igual que en Uruguay, es el partido de gobierno el que monopoliza el discurso de la renovación, pero bajo circunstancias completamente distintas. Cambio en Bolivia no significa que el Estado redistribuya mejor los beneficios económicos del liberalismo de mercado, sino la intervención estatal a través del control de ciertas industrias y la profundización de un novísimo proceso de reivindicación indígena cuyas consecuencias aún son inciertas. Las elecciones del último domingo han dejado al gobierno en una posición de fuerza inusitada en la historia democrática de Bolivia. Morales no solamente fue reelegido sino que obtuvo dos tercios de los escaños en cada una de las cámaras legislativas, con lo que tiene carta blanca para desarrollar la Constitución que hizo aprobar este año.

Las dimensiones del triunfo electoral de Morales no pueden dejar de ser enfatizadas. Con la elección del último domingo, el sistema de partidos que existió en Bolivia hasta comienzos de este siglo ha firmado su desaparición. Aún así, lo más impactante ha sido los avances que el MAS ha hecho en algunas provincias de la Media Luna, las regiones criollas del este de Bolivia que concentran las riquezas del gas. A partir de esta nueva configuración política del país, a la oposición boliviana no le queda otra opción más que aceptar que los términos del juego político han cambiado y que van a tener que alcanzar pactos con el gobierno si no desean caer en la irrelevancia. Hasta ahora, la oposición a Morales no ha sabido interpretar los nuevos tiempos que se respiran en Bolivia.

En el fondo, la cuestión de la continuidad y el camio se reduce a lo siguiente: ¿cuánto consenso y cuánto disenso son beneficiosos en una democracia? Por un lado, que las clases dirigentes sean capaces de llegar a pactos duraderos es un signo de madurez política. Por otro lado, si la política no es capaz de presentar opciones diferenciadas y renovar sus discursos, se cae en el riesgo de la apatía y el cinismo. Esto significa que en países como Bolivia – y esto también es válido para los demás países andinos – los políticos deben intentar llegar a un sentido común por el que discurra el juego político. Bolivia, donde la lectura del gobierno es que su hora de desprenderse de todos los vestigios del antiguo sistema político no ha terminado, y donde la oposición está desorientada, es un ejemplo de lo difícil que es alcanzar consensos significativos. En los países más modernos del continente en los que las divisiones sociales son menos complejas, la renovación pasa más por introducir nuevos elementos en el debate político que vuelvan a entusiasmar a los ciudadanos.

Ignazio De Ferrari

5 thoughts on “Entre la continuidad y el cambio

  1. Creo, sincera y sensatamente, que estos nuevos gobernantes progresistas han venido a instalar un cambio sin precedentes, amigo mío. Desde el fin de cada dictadura en los países latinos, sólo han habido gobiernos de centro-derecha acomodados por el poder de Washington (como el nuevo gobierno inmoral de Honduras) y funcionales a los intereses del empresariado monopólico y explotador de nuestras tierras.
    Con personajes como Evo y Mujica, creo que el cambio real está sucediendo y la gente lo avala y lo apoya, volviendo a votar las mismas ideas, que sin dudas contienen un fuerte contenido progresista. Yo no creo que sea más de lo mismo, yo creo que se vienen épocas de gloria para Sudamérica. Prueba de eso es el nerviosismo que Obama está demostrando, con la instalación de las mentirosas bases “contra el narcotráfico” que el inmoral y vende patria de Uribe les permitió colocar.
    Yo me permito ilusionarme. Tengo la sensación de que estos nuevos presidentes no se quedan sólo en las frases populistas, sino que van, poco a poco, transformando la sociedad y acortando la brecha desde el más pobre al más rico. Yo, agradezco que haya triunfado Mujica y Evo y lamento que en Chile probablemente vaya a ganar la derecha.
    Si, comparado con paises europeos o con EEUU, los planteamientos políticos de base son distintos. Eso se debe a la sangrienta historia que nos dejó estructuras políticas tan corruptas e ineptas.Vamos más lento, vamos detrás de los paises desarrollados, si, es así.
    Creo que el pueblo está avalando los cambios que los gobiernos de izquierda están efectivamente produciendo. Volver a elegir “los mismo” es seguir eligiendo el nuevo cambio, en contra del neoliberalismo y a favor del pueblo. Habrá que ver si un día logramos consenso entre éstos y aquellos, pero por el momento, la única forma de avanzar es confrontanddo, en el buen sentido.Confrontando con ideas, propuestas y acciones concretas, no con guerras, discusiones inocuas o mentiras piadosas.
    Interesante artículo Igna….para mi gusto, muy ubicado al centro, pero redactado con honestidad intelectual y fundamentos propios, lo cuál sigo admirando en usted.
    Saludos!!

  2. Señor de Ferrari:

    1. Intentar hoy en día hacer un análisis geopolítico de América Latina sin poner de por medio a Estados Unidos es un error tan grande como hacerlo con Irak, Afganistán, Pakistán o incluso toda la Unión Europea.

    2. La primera pregunta que se debe hacer hoy en día es: ¿cómo ve actualmente Estados Unidos a América Latina y qué piensa hacer con ella? Allí está la única y verdadera pulsión de todos los debates y vicisitudes de las políticas locales.

    3. Como usted sabe, Estados Unidos se encuentra en un período de expansión mundial a través de sus fuerzas militares (antes lo fue más con la economía) y nuestro territorio no tiene por qué ser una excepción. Lo cierto es que aquí existen posiciones que se oponen a ese predominio, las cuales provienen tanto de sectores populares como empresariales.

    4. Porque no se puede pensar que los empresarios están todos de acuerdo con que los recursos naturales y las ganancias que se obtienen de la explotación ellos sean todas para las transnacionales. También existen sectores ambiciosos de controlarlos ellos mismos, sin la participación de Washington.

    5. Eso explica por qué hoy en día hay posiciones en América Latina que propugnan una vía propia para el manejo político, como UNASUR, por cuanto no se puede negar que, entre ricos, también existe competencia. Brasil mismo se ve a sí como una potencia mundial en surgimiento, lo cual implica que no le interesa para nada la hegemonía norteamericana en sus territorios.

    6. Creo que por allí va el conflicto ideológico, el cual esconde entonces una expectativa acerca de cómo replantear finalmente la relación futura con el imperio.

    Muchas gracias.

  3. Pues entre la continuidad y el cambio, pues siempre ha existido el conflicto que, en ciertos momentos, se puede expresar vìa las urnas y en otros, bajo otros paràmetros. La cuestiòn de la polìtica no se puede reducir a la cuestiòn procedural de elecciones. Serìa muy escueto para un anàlisis serio, proceder de esa manera. Que en Uruguay y Chile, las cosas se den de manera parecida pues tiene mucho que ver como se definieron el fin de las dictaduras. El pacto que hace ver la luz a la Concertaci’on es pues el pacto de las fuerzas politicas con los militares y su respectiva impunidad. En Chile no se puede hablar del retorno de la derecha cuando esta siempre ha estado presente mediante dicho pacto, la impunidad y la continuidad de la politica economica. Con esto del triunfo de Pinera en primera vuelta, el conflicto podria observarse de manera mas nitida. Frei ganara las elecciones, pero esta vez, es cierto que algo habra cambiado en el escenario chileno. Y frei tendra que tomar en cuenta eso. En Uruguay, las cosas se dan algo parecido. La eleccion de Mujica esta en clara sintonia con el fin del pacto que llevo al triunfo de los militares en el referendum a fines de los 80s. Tal es asi que se quiere otro referendum. El hecho que los cambios se pidan via las urnas no quiere decir que la correlacion de fuerzas cambie y muchos menos que el conflicto desaparezca. En Bolivia, ahi si cambia la cosa. La oposicion boliviana no es una de las mas indefensas como usted pretende graficar. Para nada. Creo que su lectura esta sesgada y responde a un desconocimiento de la realidad politica del pais andino. Es quizas necesario recordar el intento de golpe organizado desde la embajada estadounidense, su correlato de violencia pre-asamblea constituyente y pre-aprobacion de la Constitucion. De que oposicion estamos hablando? De una que no es capaz de llegar a consensos? O de una que no quiere ninguno? Al final, la idea de cambio a la que usted nos esta convocando es esa de las mas radicales: que todo cambie para que nada cambie. No se puede estar de acuerdo con ese punto de vista.

  4. Ignazio, me has ayudado a entender mejor la constelación actual en América Latina. Lo que no me ha quedado claro, sin embargo, es tu argumentación a favor del consenso político. Vayamos al ejemplo que mencionas, Bolivia. El programa de Evo Morales (estatización, reivindicación de lo indígena) representa una opción que se diferencia clara y diametralmente de la derecha. Con un programa así, el consenso político sería contradictorio al punto de echar por la borda la credibilidad de ambos bando, lo cual podría llevar al caos.

    En esa línea, no me queda del todo claro por qué el hecho de que “el electorado asocia más al partido de gobierno o al candidato oficialista con alguna forma de cambio, incluso después de más de un mandato en el poder” representa una paradoja. El caso de Bolivia parece ilustrar que no se trata de una paradoja, sobre todo si Morales logra convencer al electorado de que el proceso de “refundación” está aún en su primera fase y que, recién ahora, existen las condiciones para empujar el proceso con todo vigor.

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