A raíz de la iniciativa de la Comisión Especial Revisora del Código Penal del Congreso para despenalizar el aborto para embarazos producto de violación sexual a la mujer (mayor o menor de edad) o cuando hubiese malformación del feto, se ha desatado una polémica que vale la pena aclarar, aun si la propuesta se archiva.
Que la Iglesia Católica y las iglesias evangélicas sepan: el aborto no sería despenalizado totalmente, porque no lo ha sido en ningún país de América Latina. En el Perú, además, sería inconstitucional. Antes, la Constitución de 1979 decía:
Al que está por nacer se le considera nacido para todo lo que le favorece.
Mejor dicho, era flexible respecto al aborto y para diferentes casos lo hubiese permitido, siempre previo a la formación del feto.
En cambio, la Constitución de 1993 restringió el aborto al señalar que “El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece”. O sea, no importan los cinco meses de gestación cuando el embrión se convierte en feto, desde el óvulo fecundado ya está restringido.
Como el derecho a la vida del nonato (no-nacido) no es absoluto, el aborto en caso que el embarazo arriesgue la vida de la madre o le ocasione un daño permanente a su salud no es penalizado.
Esa excepción es legal desde 1924, pero el Estado recién ha aprobado los “protocolos” para reglamentarla. Intentó hacerlo en 2007, pero el cardenal de la Iglesia Católica, monseñor Juan Luis Cipriani, movió entonces cielo y tierra en contra. Si monseñor Cipriani es perspicaz denunciando esa ideología importada de Venezuela llamada “Socialismo del siglo XXI”, por el contrario es ciego ante la realidad de cientos de mujeres que acuden a clínicas clandestinas y se someten a médicos aborteros, muchos sin título universitario en medicina humana.
El año pasado monseñor Cipriani se opuso y logró que el Ministerio de Salud parara su plan de distribución gratuita del anticonceptivo oral de emergencia o “píldora del día siguiente”. Obviamente, el Estado no puede elaborar políticas públicas ni legislar en función de creencias religiosas o dogmas de fe. Sacerdotes católicos ni pastores evangélicos deben apelar al Estado para imponer a la sociedad sus puntos de vista confesionales.
Por favor, no malentiendan las cosas: rechazo el aborto. Creo que ninguna mujer (salvo masoquistas o desadaptadas) gusta que le inserten instrumentos quirúrgicos por la vagina y el útero. Con la práctica del aborto, las mujeres siempre se exponen a quedar estériles (no volver a tener hijos), sufrir lesiones físicas graves y traumas psicológicos o morir. Claro, podríamos aconsejar a una embarazada que aborte o no. Sin embargo, la difícil decisión de interrumpir o continuar un embarazo sería de ella. No sería asunto de varones machistas, mujeres feministas, las iglesias o el Estado.
Sin mencionar al Uruguay, que tiene la legislación latinoamericana más flexible en esta materia, hasta Ecuador ha logrado últimamente mayores avances que el Perú. Quizá la consigna en el debate debería ser “Libre para abortar…, si quiero hacerlo”.
Por Gian Carlo Orbezo Salas
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