En la cumbre de UNASUR, en Argentina, el Presidente de la República se envolvió en la bandera pacifista y dijo que es “vergonzoso” el armamentismo de América Latina.
Olvidó que este año ha autorizado la reactivación de la Fábrica de Armas y Municiones del Ejército (FAME), empresa estatal liquidada en 1994. Incluso el Congreso ha modificado el marco legal de FAME para atraer inversión privada. El Comandante General del Ejército dijo orgulloso en ceremonia oficial que FAME fortalecerá las Fuerzas Armadas.
Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, el gasto militar de América Latina casi se ha duplicado en esta década. Venezuela, Chile, Brasil y Colombia son los países más gastadores.
¿Por qué tantas armas? Contrario a los geniecitos que afirman saber de geopolítica o relaciones internacionales, pero no distinguen entre patria y Estado, como el ex vicecanciller Luis Solari Tudela, hay dos explicaciones a esta incesante adquisición de armamento.
En países subdesarrollados, incluyendo América Latina, las fuerzas armadas (ejército, marina y aviación) son vistas como garantía de estabilidad y seguridad. Los gobiernos prefieren equiparlas con las armas y la tecnología bélica más moderna que puedan pagar, porque si los tratados no se cumplen y los organismos supranacionales son poco creíbles, tanques de guerra, aviones de combate, buques armados y misiles sí son confiables.
En 2007 el Presidente de la República leyó un discurso ante los congresistas en el hemiciclo del antiguo Senado anunciando la decisión peruana de llevar el diferendo marítimo con Chile a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. ¿No había voces alertando que Chile mandaría al diablo la Corte (países militarmente poderosos como los Estados Unidos e Israel no lo hacen) y exigiendo mayor gasto público en el sector defensa?
De otro lado, desde el siglo XX países con regímenes democráticos (elecciones libres, pluralismo político, prensa independiente y sociedad civil) no han ido a la guerra entre ellos. Para un caudillo autoritario sin controles es más fácil y tentador ir a la guerra que para un mandatario libremente electo, bajo control constitucional y con oposición interna.
En 1972 Salvador Allende fue el primer presidente chileno en visitar el Perú, invitado por la dictadura del general Juan Velasco Alvarado. La oposición interna a Velasco aún tenía margen de acción. Abundaron saludos, abrazos y halagos. “Vivan las revoluciones (socialistas) peruana y chilena”, se oía. Tres años después, con Allende muerto, el general Augusto Pinochet en el poder y la oposición interna casi eliminada, Velasco quiso –por fortuna, sin éxito- ponerse un casco de batalla y declarar la guerra a Chile, sin importarle el destino de sus empobrecidos y sufridos conciudadanos.
La carrera armamentista latinoamericana seguirá mientras haya países cada vez menos democráticos (Venezuela, Ecuador, Bolivia) o cuyos gobiernos crean más en juguetes bélicos que en el derecho internacional (Chile, Brasil, Colombia).
¿Cuándo entenderemos esa lógica en el Perú?
Por Gian Carlo Orbezo Salas
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