Fujimori, la cuarta (y última) condena

El ex presidente Alberto Fujimori ha recibido la cuarta y última condena desde su extradición de Chile hace dos años. El juicio duró apenas tres días, pues Fujimori se declaró culpable por todos los cargos imputados. Esta vez, Fujimori ha sido condenado a seis años de prisión por tres casos: Interceptaciones telefónicas (chuponeo), los congresistas tránsfugas y la compra ilegal de medios de comunicación.

El fujimorismo ha tratado de vender el mea culpa de Fujimori como una señal de protesta mientras que algunos analistas creen que el comportamiento obedece a una estrategia política. Pero también es posible que Fujimori, quien cumplió 71 años en julio, haya perdido las ilusión de que el pueblo se levante a sacarlo de la cárcel.

Esta es ya la segunda vez en que Fujimori se acoge a la sentencia anticipada. En julio de 2009, se le condenó por el pago de 15 millones de dólares a Vladimiro Montesinos (ver artículo). En aquel entonces, Fujimori aceptó los hechos que se le imputaron, pero negó que ellos constituyeran delitos. Esta vez, y a través de su abogado César Nakazaki, Fujimori aceptó los cargos sin reparos. Estos son:

1. Interceptación telefónica: Se acusa a Fujimori de ordenar la interceptación telefónica de 32 opositores entre 1990 y 2000, entre ellos Javier Pérez de Cuéllar, Lourdes Flores, Mirko Lauer y Cecilia Valenzuela. Las interceptaciones fueron financiadas con dinero del Estado y en asociación con Vladimirio Montesinos, entre otros.

2. Congresistas tránsfugas: Fujimori es acusado de sobornar, junto con Montesinos y mediante fondos públicos, a varios Congresistas para que ingresaran a las filas del partido oficialista Perú 2000 o se alinearan con la línea oficial.

3. Medios de comunicación: Acá se le imputa a Fujimori haber usado fondos públicos (tres millones 750 mil dólares) en asocación con mandos militares y Montesinos para adquirir medios de comunicación (Cable Canal CCN y Expreso) y de esta manera favorecer su segunda reelección.

Los delitos condenatorios -aceptados por Fujimori- han sido peculado doloso, corrupción de funcionarios y violación del secreto de las comunicaciones. La sentencia resalta que, de estos tres delitos, el más grave es el de peculado doloso (artículo 80 de la condena). Comete peculado aquel funcionario público que utiliza o se apropia de bienes del Estado.

La condena al pago de 27 millones de soles y seis años de prisión no le deparará a Fujimori más años en la cárcel. De acuerdo al código penal peruano, las sentencias no pueden ser sumadas – solamente cuenta la pena más alta. En el caso de Fujimori, entonces, los 25 años recibidos por las masacres de Barrios Altos y La Cantuta no será incrementados.

Aún así, esta condena -que incluye la inhabilitación política por dos años- no deja de tener significado. Al igual que en la condena anterior, Fujimori ha sido condenado por abusar de sus poderes presidenciales al robar dinero del Estado para fines ilícitos.

No deja de llamar la atención que Fujimori no haya opuesto resistencia alguna a estas condenas. Los analistas políticos sostienen que el comportamiento obedece a razones de estrategia política: Un desfile de testigos y evidencias no le habría convenido al fujimorismo.

El fujimorismo, a través de su vocero Carlos Raffo, ha argumentado que Fujimori se acogió a la sentencia anticipada para evitar un juicio que, según Raffo, fue manipulado desde el comienzo y sólo sirvió para humillar al ex presidente. Lo que no se explica, entonces, es por qué Fujimori aceptó su culpabilidad en vez de rechazar las imputaciones del tribunal o, en todo caso, hacer uso de su derecho a guardar silencio.

Quien ha seguido los procesos a Fujimori durante estos 22 meses no dejará de notar los cambios en la actitud del ex presidente. Hoy, queda muy poco de aquella persona que, envalentonada e indignada, proclamó su inocencia a los cuatro vientos. Aquella persona que regresó del Japón pensando que el pueblo peruano lo recibiría con los brazos abiertos y que sus seguidores se levantarían en masas para evitar su detención.

La imagen de Fujimori que Keiko y sus allegados necesitan construir, la de un hombre honesto, capaz y luchador, se vuelve cada vez más borrosa e inverosímil.

Por Bernd Krehoff

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