Luego de varios años, he vuelto a visitar Lima. La mitad de la ciudad parece haberse replegado a las playas. La otra mitad trata de sobrellevar el calor urbano a como dé lugar.
Las calles están algo más tranquilas, menos bocinazos, menos combis asesinas y carreras locas. Y, sin embargo, me queda la impresión de una ciudad hostil, en constante lucha con sus habitantes.
Aun distritos ricos como Miraflores o San Isidro no han logrado crear espacios genuinamente públicos. Los parques fungen como refugios urbanos. Son islas cuadradas para los que han logrado huir, por aceras angostas, de las 4×4 con mataperros.